lunes, 25 de abril de 2011

Paterfamilias

A mi padre,
quien duerme sereno.

Si bien alguien me enseño alguna vez que las relaciones afectivas profundas estaban fundamentadas, entre otros, en la admiración y el orgullo, nací con ausencia de ambos hacia las cosas y el mundo. Fue con la dedicación y el tiempo que aprendí a apreciar los pequeños detalles y los grandes rasgos de la maravilla que es vivir. Encontré en vos reflejo de todas ellas, desde la más sencilla expresión, como tu noble sonrisa, hasta el notado rasgo de la academia, que ha tallado con tosco cincel las arrugas de tu ceño. No necesitas alzarte como roble sobre los demás hombres, o tener a tus manos cuernos de fortuna y abundancia; basta con  percibir el reflejo de sagacidad que brilla tras tus ojos de experiencia que han visto todos los colores de atardeceres posibles. 

Tengo alegres recuerdos de infancia, de días de oropel a tu lado donde conocía de tu mano la alegría que desbordaba mis sentidos. Crecí, con el tiempo, y reconozco que obviando detalles como haberme engendrado, criado, enseñado y amado, me enamoré de tu ser y tus enseñanzas, que lograron traspasar la crítica coraza con la que vivo mi vida, volviéndome fanático adepto de tu sabiduría.

Mi fanatismo, sin embargo, no me enceguece, y reconozco que hemos tenido diferencias acerca de la vida; vos con tu ultraderecha y yo con mi ultranada, vos con tu derecho y yo literato, vos con tu ultrapaciencia y yo descarriado cordero en áridos pastos, siempre con la necesidad ubérrima de esas charlas sobre el amor y la vida que tuvimos sólo en sueños míos. Elegiste una vida laboral y familiar sobre una ascética, pero bien no pudo ser distinto; logré así, con tus pilares y manos, construir el atalaya de experiencias desde donde ahora observo y escribo, cultivando esa literatura que tanto me recalcaste de pequeño. 

Duermes en la habitación próxima, y veo tu paz únicamente alterada por fuertes ronquidos que me recuerdan que sigues acá, sonriendo en silencio ante mi vida que apenas comienza. Mis lágrimas corren ávidas sólo con pensar en tu infinito amor hacia mi existencia; son lágrimas que no quieren más que estrellar en tu espalda y tocar tu alma, como tantas veces has logrado tocar la mía.

26 de Abril del 2011

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