jueves, 2 de diciembre de 2010

Concepto de eternidad

Como todas las noches, terminó sus oraciones e hizo una serie de signos extraños cuyo significado solo él conocía. Se puso la charretera de cuero y se ajustó los zapatos, de cuero negro también. En su indumentaria sólo brillaban un par de azules medias, que hacían contraste sobre el matiz oscuro de su vestir. Terminó de empacar en su mochila todos los artilugios con los que cada noche, de forma casi cíclica, salía a combatir la ignorancia. La ignorancia frente a su culto, a su estirpe, a quienes seguían su secta y eran sus hermanos. No estaba solo, lo sabía, pero lo consideraba como una batalla que tenía que emprender por sus propios medios.
Se miró al espejo, el ceño fruncido y la expresión seria, totalmente determinado frente a lo que iba a hacer. El cabello largo, negro, la preparación durante toda su vida para este momento y esos ojos azabache penetrantes, sólo confirmaban su misión, su convicción casi ciega frente lo que hacía.
Casi, porque estaba más fundamentado que cualquiera para poder lograr lo que pretendía. Tenía un profundo conocimiento preciso y exacto de lo que iba a hacer hoy, y el resto de las noches de su vida. Era su destino, él había nacido para esto, y nada de lo que había escuchado antes, a favor o en contra, había movido siquiera un milímetro la osadía con la que emprendía ese interminable viaje. Sabía que era la única forma de lograr que las personas comprendieran lo que hacía, que por fin valoraran a lo que había entregado su vida. Era radical y ominoso, pero en una época donde se desconfía hasta del propio ego, debía serlo. Por sobre todo se consideraba justo, ya que permitía que sus manos, imbuidas por la justicia divina, redimieran a quienes no lo habían logrado por sus propios méritos.
En la distancia sonaba una tormenta que se acercaba impetuosa e imperante, mientras arrojaba relámpagos aullantes que iluminaban aquel valle que se ponía a sus pies. Él sabía que esta tormenta, como todo lo demás, tenía un significado especial, sabía también que se enfrentaba a una odisea movida por sus ideales, y que sólo descansaría al haber logrado lo que se había propuesto hacia ya mucho tiempo atrás.
Se encomendó a su dios, al tiempo que repetía una serie de oraciones mántricas, y salió a la calle.
Sí, lo sabía. Era un sacerdote.

29 de Noviembre del 2010

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