viernes, 29 de julio de 2011

Toribío

Cada noche, alrededor de las nueve
cuando el pueblo calla
y las calles hablan,
Martín llora sus penas
hasta que la soledad y el cansancio
hacen que alcen el sueño
y el silencio.

Su madre, desde muy temprano,
obligaba a su hermano Tomás
a terminar sus tareas, para entonces,
dormir hasta el día siguiente.
Martín, todavía muy niño para la escuela
llora porque su compañero de juegos
cierra los ojos
y en la habitación de al lado
se entrega al descanso.

En el día, mientras la espera,
Martín corre por el patio
juntando palos y piedras
para que cuando Tomás llegue
no jueguen al fútbol o  a la chucha
sino a lo que más le gusta
construir, con la ayuda de su hermano
las calles
y las casas
y la iglesia
que ve cada mañana
al asomar por la ventana
y ver a Tomás irse.

Ahora mamá
es cómplice
porque lo único que pide
a Tomás
para dejarlo jugar
es que, como Martín,
termine su pocillo de agua de panela.

Con los palos y las piedras
constructor y arquitecto
comienzan a fraguar su pueblo
sus calles, sus casas
la carnicería de Don Rubén en la esquina
la tienda de Doña Marta a dos cuadras
la iglesia y el padre Ernesto
y fraguan también su futuro,
a Martín, le espera la arquitectura
a Tomás, un entierro.

Entonces, estruendo.

Y no sonó como la explosión de los viejos al jugar tejo
ni como los gritos de los cerdos que papá mataba
ni como los platos que mamá dejó caer.

Acababan de denotar el carrobomba.

Tomás, en el suelo,
como los palos y las piedras
de su pueblo.
Martín, 
en medio de las náuseas,
la ceguera
y lo desconocido,
calla.

Con el pueblo mudo
y las calles en silencio,
comenzó a llorar sus penas
hasta que la soledad y el cansancio
hicieron que alcanzara 
el sueño.

29 de Julio de 2011

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