miércoles, 16 de junio de 2010

Sinnombre

La distancia abarcaba cada vez más nuestros corazones, y nos hacía cambiar buenos recuerdos por marcados vicios; aquellas cartas que nos enviábamos habían dejado de ser suficiente excusa para llenar nuestros vacíos de soledad y ansía (Y vaya que era ansia) de ambos. El tiempo y la ausencia me hacían sentir exiliado de tu ser, de tu sexo, y la única excusa válida que tenía para consolarme era la necesidad de cumplir las expectativas de otros. Esas expectativas que tenían de mí, de un Daniel que trabajaba, que sabía lo que hacía, que sabía lo que quería. Estaba tan cansado de llenar esas expectativas, que necesitaba un tiempo para pensar, un tiempo para mi.

Era innegable, claro está, que esas expectativas te incluían también a ti, y a mi lado hogareño y cotidiano que esperaba tener una relación sentimental acorde a parámetros sociales establecidos; era cierto que llenábamos cada vez más esas expectativas, pero en realidad descubrí que había creado una burbuja de apariencias frente a ti, y más importante aún, frente a mi, lo que más temía se había materializado: había dejado de ser fiel a mi esencia. Siendo eso así y congelado frente al miedo del compromiso, me decidí a hablar de estas consideraciones contigo.

Verte de nuevo era extrañamente cómodo, pero el conocimiento pleno de mis intenciones hacía que no me sintiera del todo bien a tu lado. Mente sobre materia, como siempre, y la predisposición le ganó a la acción. Más extraño aún se sentía sentarme a tu lado en ese parque de sueños e ilusiones, donde nos habíamos amado alguna vez. Te sentía más cercana de lo que habría preferido, y eso dificultó muchísimo más lo que te tenía que decir. Comenzar fue difícil, pero luego de haber hecho balance general de las cosas buenas y malas, en realidad mi corazón me decía que lo mejor era que nuestra relación no continuara. Igualmente, el corazón me decía que no podía dejarte ir, pero arriesgué todo por cortar ahora, que luego fuera un martirio mayor aún la separación de nuestros seres.

Estaba tan obnubilado con tu existencia entera que había dejado de ser fiel a mis creencias y principios, y eso me dolió casi tanto como cuando te dije que no debíamos seguir juntos, que lo mejor era que se separaran nuestros caminos. Me picó la lengua cuando te lo dije, y al ver tu reacción inmediatamente quise arrepentirme cual cobarde de mi decisión, pero no estaba en mis manos retirar las cartas ya jugadas, ni tragarme las palabras ya habladas. Fue un golpe duro para ambos, mucho, pero como te dije, esperaba simplemente que el tiempo nos dijera que fue la mejor acción. Vos debías continuar con tu vida, normal como era, antes de que yo llegara, y yo no podía detenerme en mi búsqueda infinita, en mi persecución a la luna.

Cuando comenzamos a alejarnos, lentamente, me tomó la fuerza de mil hombres, y la determinación de otros mil más, no voltear mi cabeza para verte una última vez más. Sentía como tu mirada me arañaba la espalda, mientras que tus palabras taladraban mi sentimiento y encogían mi corazón. Caminar a casa fue tan normal como una lluvia en el desierto (Y francamente así me sentía), y cada paso hacía que el peso sobre mis hombros se acrecentara más. Total y, sabía que debía seguir mi camino, e intentar arreglar las cosas no traería más que espinas más difíciles de sacar.

Fue un gesto extraño el hecho de que lloviera, aunque me encantaba sentir como el agua me cegaba ante el resto del mundo, la sensación de suciedad que tenía por los viles actos que había cometido no se perdió luego de aquel baño.


14 de Junio de 2010

No hay comentarios:

Publicar un comentario